Ante la oleada de desinformación y artículos tendenciosos que desde hace algunos meses circulan, promovidos y generados por los medios masivos de comunicación (con total independencia de trayectoria, público objetivo e ideologías), y que luego se ven replicados en las diversas redes sociales, el Consejo Profesional de Médicos Veterinarios Ley 14072, mediante el asesoramiento de la comisión de Especies No Convencionales y Fauna Silvestre quiere expresar su postura. Para ello, es importante aclarar los mitos que se han generado en torno a la presencia de aves rapaces en entornos urbanos; mitos que estigmatizan a especies que son clave para la sanidad de los ecosistemas de las ciudades y que tienden a ignorar e invisibilizar los problemas estructurales de base que favorecen ciertas situaciones.
Mito N°1: “A las rapaces las trajo el gobierno”. FALSO
Existen animales que son conocidos como “explotadores urbanos”. Se trata de especies que aprovechan ciertos nichos que pueden ofrecer los ambientes urbanos (alimento, refugio, sustratos de nidificación). Estas especies llegan por sus propios medios: volando en el caso de aves e insectos, siguiendo cursos de agua o aprovechando corredores verdes (terrenos aledaños a vías de ferrocarril o banquinas poco intervenidas).
En el caso puntual de las rapaces urbanas, son varios los factores que influyen en su presencia. Por un lado, para el caso de las aves carroñeras y oportunistas, las rutas y autopistas proveen alimento a partir de los restos de animales atropellados. Por otra parte, la pésima gestión de residuos sólidos urbanos y los volúmenes de basura que generan las grandes ciudades favorecen la proliferación de roedores; esta oferta de alimento también resulta atractiva para aves como las palomas domésticas (Columba livia), que además cuentan con estructuras de nidificación en cornisas, aleros y aires acondicionados, que les permite tener varias puestas al año. Los roedores y las palomas son las presas naturales de las rapaces urbanas, y su abundancia ofrece alimento a las rapaces tanto diurnas como nocturnas.
Por otro lado, la agricultura industrial ha permitido la explosión demográfica de palomas silvestres como las torcazas (Zenaida auriculata) y ha desplazado a especies predadoras que ya no disponen de territorio para la caza, dada la tremenda modificación que produce en los ecosistemas. La forestación de banquinas, veredas, espacios verdes y cascos de estancia permitió también la expansión de la paloma picazuró (Patagioenas picazuro) y la cotorra (Myiopsitta monachus) a territorios que originalmente no ocupaba, y especies como el gavilán mixto (Parabuteo unicinctus), sus predadores naturales, la habrían seguido a sus nuevos hogares.
Los entornos citadinos favorecen también la instalación de nidos para ciertas aves rapaces. El uso en el arbolado urbano de especies arbóreas exóticas (es decir, originarias de otras regiones, y habitualmente incluso de otros continentes, con todos los problemas que eso conlleva en términos de pérdida de biodiversidad por efecto de especies invasoras) permiten la construcción de nidos que resultan inaccesibles a los predadores de huevos y pichones. La existencia de grandes torres de antenas tiene una función similar.
¿De dónde surge la idea de que las trajo el gobierno? En 2011, ante el malestar de vecinos de Retiro y Recoleta, Diego Santilli, entonces Ministro de Ambiente y Espacio Público de CABA, consideró la opción de contratar cetreros con el fin de utilizar esta ancestral técnica de caza como método de control “natural” de palomas y torcazas, según dejó trascender en algunas entrevistas. La idea no prosperó, pero quedó instalada en un buen sector de la sociedad. De todas formas, si esto aplicaba para CABA, habría que preguntarse por qué hay rapaces urbanas en Mendoza, Córdoba, Viedma y cualquier otra ciudad del interior donde el gobierno local nunca mencionó la cetrería.
Para el caso puntual del gavilán mixto, el proceso de expansión urbana se da en todo su territorio de distribución, al punto de que hoy es infrecuente en zonas rurales pero muy común en ciudades tan distantes y distintas como Buenos Aires, Sao Paulo y Lima, y está generando interesantes debates entre los investigadores que buscan explicar este fenómeno, posiblemente multicausal.
La presencia de rapaces en las ciudades es tan normal y tan global, que existe un libro llamado Urban Raptors que recoge artículos científicos de todo el mundo sobre la ecología de las distintas especies que actúan como explotadores urbanos.
Mito N°2: “Las rapaces urbanas comen mascotas como perros, gatos y conejos”. FALSO
Este mito se encuentra limitado sobre todo a dos especies: el carancho (Caracara plancus) y el gavilán mixto (Parabuteo unicinctus), que son las dos rapaces de mayor tamaño que podemos ver en nuestras ciudades.
Lo primero que tenemos que tener en cuenta a la hora de abordar esta cuestión es algo muy básico: las aves rapaces, por muy cazadoras que sean, están sujetas a las leyes de la física. Es decir, un gavilán mixto macho de 500 gramos, o una hembra de 800 gramos, jamás podrán capturar y llevarse en vuelo a un caniche de 3, 4 ó 5 kg. Incluso las águilas o las lechuzas más poderosas (pongamos por ejemplo al águila harpía, Harpia harpyja, de las selvas de Sudamérica, cuyas hembras alcanzan los 9 kg y los 2 metros de envergadura alar) no pueden capturar presas que superen el 70% de su peso.
En este caso las características de mito urbano son todavía más notables: nadie conoce un hecho de primera mano, siempre le pasó a un vecino, a un amigo de un amigo, etc. Muchos de estos “sucedidos” se fundamentan en fotografías de aves consumiendo un cadáver de un animal doméstico, pero como ya se vio en el mito n°1, los caranchos (que son principalmente carroñeros) y los gavilanes (que son oportunistas) consumen habitualmente animales domésticos muertos que han sido víctimas de los automovilistas.
Otro hecho que puede llevar a pensar que, sobre todo los gavilanes, pueden tener intenciones de alimentarse de un perro, un gato o un conejo, es el comportamiento de los ejemplares juveniles y más inexpertos. En los ambientes naturales, no es raro observar a los gavilanes que están ensayando sus técnicas de caza tirarse contra animales que es evidente que no podrían capturar, como garzas mora (Ardea cocoi) o coipos (Myocastor coypus) adultos.
Sí es real que canarios mantenidos en jaulas han sido atacados por gavilanes, chimangos (Milvago chimango), halconcitos colorados (Falco sparverius) y caburés (Glaucidium brasilianum).
Siendo que caranchos y gavilanes consumirán presas que se encuentren por debajo del 70% de su peso (y en el caso de los caranchos incluso menos, salvo que estén practicando caza cooperativa), si existe la duda sobre una posibilidad real de predación, bastará con que los cachorros de menos de 500 gr sean mantenidos bajo vigilancia en zonas abiertas donde estas aves suelen cazar.
Mito N°3: “Las rapaces urbanas atacan a la gente”. PARCIALMENTE CIERTO
Muchas aves de diversos tamaños defienden las zonas de nidificación de cualquier intruso que pueda ser considerado un peligro potencial para los pichones. Es común que en la época de nidificación de las calandrias (Mimus saturninus) personas y perros sean atacados en plazas y parques por este pájaro.
En el caso de los gavilanes mixtos que realizan nidos a baja altura, puede suceder que entre la eclosión de los huevos y que los pichones comiencen a abandonar el nido (lo que suele suceder con cierta variación, alrededor del mes y medio) el comportamiento territorial sea más marcado; además algunos nidos cuentan con el apoyo de un tercer adulto aparte de los padres, lo que hace que la vigilancia sea casi permanente. En esos casos las aves pueden hacer vuelos rasantes contra transeúntes o perros (lo que enlaza también con el mito n°2) que se encuentren en inmediaciones del nido, siendo sumamente raro que se concrete una agresión en la que usen las garras, salvo que se persista en la aproximación o se intente escalar el árbol donde están los pichones.
Mito N°4: “Por culpa de las rapaces urbanas hay menos aves”. FALSO
Estudios internacionales advierten sobre el decrecimiento de las poblaciones de aves a nivel global. Entre los principales responsables de este lamentable suceso se encuentran el cambio climático, las especies exóticas invasoras (que actúan por competencia, predación o modificación del hábitat), las diversas formas de contaminación (incluyendo la lumínica, de la que poco se habla y que altera los patrones de migración e incluso la dinámica de desarrollo y expansión de algunos patógenos aviares) y… las ciudades.
Las ciudades, en especial las ciudades mal planificadas o no planificadas (y en un mundo en el que más de la mitad de sus 7800 millones de habitantes viven en ciudades casi no hay urbe que se salve), atentan de varias formas contra las aves. Como mencionamos recién, está la contaminación lumínica, a la que deben sumarse otras formas de polución (atmosférica, plásticos, vertidos industriales, etc.), pero además las ciudades crecen desordenadamente, engullendo las áreas naturales que las circundan y generando pérdida de hábitat. El uso de especies exóticas en el arbolado urbano impide que se desarrollen numerosas interacciones interespecíficas, lo que hace que el elenco aviar de las ciudades se vea reducido a unas pocas especies generalistas, que no tienen grandes requerimientos ambientales. A su vez, la inusitada proliferación de edificios aumenta enormemente la cantidad de muertes por colisión con ventanas (las ventanas y los edificios acristalados -que además son monumentos a la ineficiencia energética- reflejan el cielo y el follaje de los árboles, lo que los vuelve invisibles para las aves); sólo en los Estados Unidos, donde se han hecho estimaciones al respecto, se calcula que entre 100 y 1000 millones de aves mueren todos los años por causa de estos impactos. La tenencia irresponsable de perros y gatos también suele ser causa de numerosas muertes de aves que son capturadas por estos “predadores subsidiados”. A todos estos factores podemos sumarle la aparición de nuevas enfermedades en el contexto del cambio climático, y posiblemente no sea necesario ahondar demasiado en el tema, en rigor de los tiempos que corren.
Todo lo dicho anteriormente aplica para todas las aves, incluyendo las rapaces. Si sospechamos que en nuestro barrio hay menos pájaros, tal vez deberíamos empezar a mirar mejor y a buscar las causas reales.
Existe otro problema que sólo afecta a las aves rapaces, y que está directamente vinculado con la presencia y el consumo de palomas, que es la trichomoniasis, una enfermedad causada por un organismo unicelular llamado Trichomonas gallinae. Muchas poblaciones de palomas son resistentes a este parásito, pero no sucede lo mismo con las aves rapaces. Es así que muchos ornitólogos consideran a algunas ciudades “trampas mortales para rapaces”, ya que cada vez que las rapaces intentan establecerse, terminan diezmadas por esta patología.
Esperamos que estas aclaraciones sirvan para mejorar la visión que se tiene de las aves rapaces, tratar de empezar a comprenderlas, entender su rol y la necesidad de su presencia y volvernos a todos un poco más críticos respecto de la información que circula y la (falta de) seriedad que la respalda.